A partir del pasado 1 de enero, el salario mínimo en California aumentó a 8 dólares por hora, lo que lo convierte en el más alto de todo el País.
Esto, de acuerdo a especialistas, beneficiará a 1.4 millones de residentes.
El ‘Gobernator’ Arnold Schwarzenegger decía al argumentar su rechazo desde hace varios años que con el aumento al salario mínimo se afectaría a las empresas pequeñas.
La Asambleísta Demócrata, Sally Lieber, fue quien cabildeó y presentó la iniciativa para aumentar el mínimo, en primera instancia, a 7.50 y luego a 8 dólares por hora.
El aumento al minisalario californiano representa que un trabajador de tiempo completo tendrá este año 2 mil 600 dólares más en el bolsillo.
Esta cifra equivale, por ejemplo, al pago de tres meses de renta, a 873 galones de gasolina de un automóvil compacto o a que una madre soltera con un hijo pueda comprar comida durante cinco meses.
De acuerdo al Centro de Investigación y Educación Laboral de la Universidad de California en Berkeley, el aumento de un dólar al salario le ahorrará a los contribuyentes 2 mil millones de dólares en costos de programas sociales.
Lo lamentable es que los legisladores no le hayan puesto un aumento automático cada 12 meses al ‘minimazo’, como originalmente lo propuso la Demócrata pero que el ‘Gobernator’, sencillamente, paró en seco.
A pesar de lo bueno que representa esta alza, lo malo es que el precio de los combustibles, los alimentos, la energía eléctrica, las rentas y muchos otros productos y servicios siguen altísimos.
De hecho, el nuevo salario mínimo de California no alcanza los niveles de compra del mismo salario de 1968, cuando se pagaban 1.65 dólares por hora.
Esta cifra equivale a 10.64 dólares en la actualidad.
Los estudiosos indican que el nuevo salario mínimo para un empleado que labora 40 horas semanales representa poco más de la cuarta parte de los ingresos necesarios para cubrir las necesidades de una familia de tres personas.
De ahí que hace un par de semanas, la Secretaría de Gobernación haya hecho hincapié en los datos del Current Population Survey (CPS), organismo que asegura que los 6.8 millones de mexicanos en Estados Unidos perciben ingresos relativamente más bajos que los del resto de la población.
En promedio, ganan 23 mil dólares al año o unos 230 mil pesos.
Un 24 por ciento de estos mexicanos, de acuerdo a la encuesta, se ubica dentro de la categoría de “pobre”, mayor al porcentaje de centroamericanos o dominicanos en el país de las barras y las estrellas.
Esto, dijo Gobernación, “evidencia claramente la condición de mayor vulnerabilidad y exclusión de la población mexicana respecto de otras poblaciones”.
Los mexicanos en Estados Unidos ocupan los empleos ubicados en la base de la pirámide ocupacional: obreros, limpiadores y campesinos, son las labores que principalmente desempeñan los aztecas en tierras americanas.
Apenas el 7.5 por ciento de los mexicanos que hemos venido a este País trabajamos en ocupaciones ejecutivas, profesionales y técnicas.
El gran problema es la falta de preparación para llegar más alto en la escala laboral.
Conozco varios maestros y licenciados de diversas ramas que estudiaron en México, pero aquí tienen empleos de baja categoría.
Su principal obstáculo es el inglés.
Pero, a pesar de las barreras, los bajos salarios americanos y la retórica anti-inmigrante, más de mil mexicanos cruzan a diario la frontera de manera ilegal para trabajar acá.
Y no es para sufrir, sino para ganar mucho más de los 50 pesos diarios que por ocho horas de intensa labor reciben a cambio en las empresas explotadoras de su País.
Seguro en Bucareli lo saben y muy bien.
No entendieron la señal…
Al parecer, ni los legisladores estatales ni el gobernador se creen a sí mismos la crisis presupuestal y el déficit de 11 mil millones de dólares.
Porque de otro modo no se explica que los 120 Senadores y Asambleístas, así como los 185 empleados de la Oficina del Gobernador pretendan subirse los salarios entre el 3 y el 4 por ciento para el año fiscal que inicia en julio próximo.
Eso sí, le piden a los más pobres del estado esperar el regreso de las vacas gordas para volver a darles los servicios sociales tan necesarios.