Por Arturo Bojórquez*
Mucho se ha hablado en los últimos días sobre la reforma
energética propuesta e impulsada desde Los Pinos, pero cuya mano mece-cunas se
encuentra en las personas de los salinistas Pedro Aspe, Jesús Reyes Heroles y
Carlos Ruiz Sacristán, hoy ligados a empresas del sector que buscan y ya casi
tienen amarrados proyectos gracias al pretendido cambio de política.
Desde el oficialismo y el empresariado mexicano, pasando por los
propagandistas-periodistas del régimen a quienes ya conocemos, se ve con Buenos
ojos esta medida que, de acuerdo al discurso gubernamental, traerá muchos
beneficios en términos de reducción de costos, aumento en el empleo y baja en
las tarifas eléctricas y precios de combustibles.
Por su parte, la izquierda defiende a ultranza la propiedad de la
nación sobre la riqueza natural del país, tal y como la decretara en su momento
el titular del Poder Ejecutivo federal, Adolfo López Mateos.
Los defensores del nacionalismo revolucionario afirman que
ocurrirá precisamente todo lo contrario a los argumentos oficiales: aumento de
costos, dependencia de los capitales internaciones privados y escasez de
recursos para realizar obra pública.
Como carezco de una bola de cristal y no soy adivino, desconozco
a ciencia cierta lo que nos va a deparar el futuro si se aprueba la reforma
energética del Residente Oficial de Los Pinos; sin embargo, si nos basamos en
el efecto que “nuestro petróleo” ha tenido en la capital bajacaliforniana, no
creo que vaya a tener un efecto a nivel local.
Según dicen quienes saben del tema, Petróleos Mexicanos tiene
ventas y rendimientos de cientos de miles de millones de dólares al año por la
venta del crudo.
La Secretaría de Hacienda, a través del régimen fiscal especial
de la paraestatal, le quita la enorme mayoría de sus recursos para depositarlos
en manos de la burocracia federal.
Son casi seis millones de burócratas quienes reciben cada mes sus
cheques gracias a los ingresos petroleros “propiedad de la nación”.
A su vez, el gobierno federal le distribuye una parte pequeña a
los estados y todavía menor porción a los ayuntamientos para realizar obras y
entregar servicios.
En este laberinto burocrático se pierde fácilmente el rastro de
los recursos petroleros que son entregados a los gobiernos locales para cumplir
sus objetivos.
Una de las pocas obras que se han hecho específicamente con
excedentes petroleros en Mexicali es el Centro Estatal de las Artes: un
complejo que alberga expresiones artísticas y que otorga a su vez capacitación
para pequeños y grandes aspirantes a actividades como pintura, teatro, danza y
otras ramas.
Fueron varios millones de pesos usados por el gobierno de Eugenio
Elorduy para construir esta obra que, a decir verdad, le deja muy poco a la
clase trabajadora.
Y es que los cursos del CEART, muchos de ellos de excelente
calidad, se cobran por cientos de pesos que la clase baja que vive en los
alrededores del sitio son prácticamente inaccesibles.
Dicen que hay becas y apoyos para que los hijos de obreros puedan
acudir, pero son demasiado pocos para la enorme cantidad y demanda que hay en
la ciudad.
Seguramente habrá quien salga a decir que son muchas más obras
las que se han edificado gracias a los recursos procedentes del “oro negro”,
pero los detalles solamente ellos los conocen.
Esta es una muestra clara de que el petróleo no es de los
mexicanos, sino de los gobernantes en turno, y sus recursos no necesariamente
se utilizan para promover la movilidad social ascendente o en proyectos
productivos que saquen al país de la enorme pobreza que lo agobia.
El gran dilema es que, en caso de que se privatice la industria
energética nacional como lo augura la izquierda, ni siquiera obras elitistas y
de relumbrón como el CEART vamos a tener en el futuro.
Y de volverse realidad las expectativas de la izquierda ante la
reforma, será hasta que los mexicanos paguen de electricidad los mexicalenses o
que tengamos que gastar 10 dólares por galón de gasolina como ocurre en Europa
cuando protestemos y salgamos a criticar las nuevas medidas. Para entonces,
quizá, será demasiado tarde.
*Arturo Bojórquez es periodista desde 1991. Estudió la
Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Baja
California y ha formado parte de diversos medios de prensa escrita, radio y television
regionales. Actualmente, es Editor del Semanario Adelante Valle, que circula en
el Condado de Imperial, California. Cuenta con residencia en Calexico.
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