Friday, November 03, 2006

MIA

Anoche
un ángel me besó.
Desde lo alto
una Diosa visitó mi hogar.

Su cuerpo delgado
fue mi paraíso
terrenal.

Nos sumergimos
en el bosque urbano.
Donde lo ojos del mundo
se tornan ciegos.
Donde las voces
mudas
callan nuestro encuentro.

Sus labios me invitaron
a un banquete de placer,
terminé gozándola.

Con su mano borró
toda huella de hastío.
Su palabra
consumió
el llanto interno.

Ella hermosa.
Yo ardiendo.

Llevé su cuerpo
y su alma
a las orillas de nuestro mar.
Las olas
candentes
nos llevaron
cerca de la lujuria.

Cometimos
pecado de amor
débil la carne
fusionamos el alma.
Huyó la mente
y el cuerpo se sumió
en la hondura del gozo.

Su aire
intenté beber
y en su pecho
me atoré.

Uñas traviesas
manos enteras
en mi espalda dibujaron
una llama viva,
renació la pasión.

Sus piernas me indicaron
el camino a seguir.
Su respiración me dijo
que ella se estremecía.
La supe mía.
La sentí húmeda.

En un momento
ella todo dominó.
Sobre mi cuerpo
su estampa delineó,
esa zona que la excita
entre besos y caricias,
por siempre su rastro dejó.

Y aunque el reloj verdugo
convocaba al adiós
su ser entero
deseaba no volver a su lugar en el cielo.

El olor de su piel
tibia,
tersa,
con su perfume
tocó mi profunda esencia.

Delicada
su piel froté
una vez más
nos sentimos.

Con engaños
logré
llegar a la cima,
pude ver
lo que ella tímidamente escondía.

No pude consumar
mi osadía,
con alegría en el iris
sonrió.
Sus labios se acercaron
una y otra vez.

Aún no me dejaba
y ya extrañaba
el elixir de su cuerpo.

En el regazo
de mi pecho
sus ojos escondió.

Al decir adiós
su figura desapareció.

En el lecho
por su beso impregnado me encontraba
su calor
terminó por ser recuerdo.
Sólo ruego que así sea y
algún día cosumar
lo que trunco anoche quedó.

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