La alcaldesa de Moscow, Idaho, Nancy Chaney, seguro jamás imaginó que al iniciar la sesión de Cabildo del pasado lunes 21 de mayo, habría de encabezar una ceremonia fúnebre.
La enfermera, psicóloga y maestra en Ciencia Ambiental, nació en Seattle, vivió en San Francisco y huyó del intenso tránsito vehicular y del crimen californiano, para alojarse en la capital del estado, Boise.
La alcaldesa llegó a la pequeña ciudad de Moscow (traducida como Moscú en español) hace 27 años, una comunidad de apenas 22 mil habitantes, capital del condado de Latah y cuya principal actividad gira en torno a los estudios universitarios.
La mitad de la población tiene empleo en la Universidad de Idaho y otra buena parte labora en el vecino condado de Whitman, sede de una escuela de la Universidad de Washington, que se encuentra del otro lado de la línea fronteriza con dicho estado.
Propietaria de una empresa de cuidados veterinarios junto a su esposo, la alcaldesa comparte el gobierno con seis regidores.
Apenas el pasado 21 de febrero, Chaney se refirió en su informe de gobierno a la posibilidad de fusionar las instalaciones del Departamento de Policía de Moscow con la del Alguacil del Condado de Latah, según expresó, para eficientar los programas de seguridad pública.
Vaya giro que le dio la vida.
El fin de semana anterior, el Sargento Lee Newbill, quien desde el 2001 laboraba en la policía local, acudió a un incidente al interior de la Corte del Condado.
Ex Académico de la universidad local y uno de los 35 oficiales de la policía citadina, el agente resultó herido por un francotirador, quien le arrebató la vida.
Newbill fue el primer oficial policíaco en responder a la alerta.
Minutos después, el veterano oficial del ‘sheriffato’ de Latah, Brannon Jordon (quien tiene 17 años de experiencia policíaca), también fue alcanzado por las balas del francotirador, cuando rescató al policía.
El francotirador se escondió posteriormente en la Primera Iglesia Presbiteriana del lugar, para terminar suicidándose.
La Oficina Federal de Investigaciones dio a conocer recientemente un reporte sobre la cifra preliminar de oficiales policíacos muertos durante el 2006.
De acuerdo al FBI, el año anterior murieron un total de 48 agentes como resultado de ataques en la línea del deber.
Por regiones, casi la mitad murió en el Sur, once en el Noreste, seis en el Medio Oeste y dos en Puerto Rico.
Los números muestran que hubo siete policías asesinados menos en el 2006 que en el 2005.
De los 48 casos, en 47 fue arrestado el presunto responsable.
El FBI informó en el documento que 12 policías fallecieron durante situaciones de arresto, nueve perdieron la vida en persecuciones o detenciones, ocho murieron mientras respondían a llamadas de emergencia, seis al investigar circunstancias o personas sospechosas, dos en situaciones tácticas y dos al transportar prisioneros.
Quedan nueve, quienes perdieron la vida al ser emboscados.
Un total de 46 policías sucumbieron al ser heridos por arma de fuego.
Las cifras indican que otros 66 oficiales fallecieron en accidentes de tránsito, ya sea en sus patrullas, arrollados por otros vehículos o a bordo de motocicletas, aeronaves y hasta bicicletas.
Los números finales, donde se darán mayores detalles sobre las circunstancias de muerte de policías se darán a conocer durante el otoño de este año.
Pero sea este reporte inicial apenas una muestra de la enorme diferencia entre Estados Unidos y México.
De acuerdo a una nota publicada en diciembre pasado por el diario Crónica de la Ciudad de México, 140 agentes y mandos policíacos estatales y municipales reportó la Procuraduría General de la República como asesinados en lo que entonces iba del 2006.
Sin embargo, el diario tenía una versión diferente: en realidad, eran 180 los policías muertos durante el año pasado.
Cinco de cada seis agentes asesinados laboraban en los estados de Michoacán, Guerrero, Baja California, Tamaulipas o Sinaloa, áreas de influencia de los cárteles del Golfo y de Sinaloa.
De las 32 entidades federativas, en 25 se reportaba cuando menos un policía muerto por el crimen organizado.
El promedio mensual era de 150, de acuerdo al diario, que destacó un dato: las ejecuciones policíacas ya no se daban solamente entre la tropa, sino que alcanzaba también a secretarios, directores, coordinadores y comandantes.
Eso sí, la delincuencia es igualitaria, pues llega a agentes municipales, estatales y federales, sin dejar de lado a los soldados quienes a partir de este sexenio hacen labores de patrullaje, donde el crimen ha rebasado al resto de las instituciones.
El año anterior nos desayunábamos a diario estos casos: si no los decapitaron, los asesinaron a mansalva desde otros vehículos con ‘cuernos de chivo’, los torturaban o eran emboscados.
Y casi ninguna ciudad se escapó: el DF, Playas de Rosarito, Monterrey, la Tierra Caliente de Michoacán, Acapulco. Prácticamente en todo el país.
Lo más curioso de todo esto, es que las entidades gobernadas por el PRD muestran una mayor incidencia de agentes asesinados: el 50 por ciento fueron de Chiapas, Guerrero, Michoacán o el Distrito Federal.
Claro, eso no es garantía ni seguro de vida para los oficiales de otras partes del país.
Apenas va medio año del gobierno calderonista, pero todo apunta (aunque quieran hacer verle al pueblo que la lucha será larga y sangrienta) a que de las más de mil muertes una buena parte han sido agentes policíacos.
De acuerdo a un conteo publicado en la edición 1329 del Semanario Zeta, el rotativo tijuanense dio a conocer que en los primeros cinco meses de este año, han perdido la vida 56 policías en 13 estados.
Esto a pesar de los diferentes operativos implementados con el apoyo de las Fuerzas Armadas.
Los más afectados han sido Guerrero con 13, Sonora y Michoacán con 7, y Sinaloa con 6.
Y la tendencia se mantendrá a la alza sin que alguien pueda hacer algo para impedirlo.
La diferencia entre los policías americanos y mexicanos es que no es lo mismo morir en la línea del deber con todas las herramientas para enfrentar a un loco empistolado, que hacerle frente a bandas criminales organizadas que saben cómo, cuándo y dónde operan los agentes, dejándolos en la indefensión.
Ah, y teniendo estos últimos qué pagar por las balas que usen con el poco sueldo que reciben.