Thursday, October 29, 2009

Vergüenza nacional

La noche del pasado jueves 23 de julio, el agente de la Patrulla Fronteriza, Robert Rosas, se disponía a descubrir a un grupo de presuntos traficantes de personas que circulaban por la zona de Campo, California, cerca de Tecate.
Luego de salir de la unidad en la que vigilaba la frontera, uno de los presuntos traficantes le disparó a quemarropa. Por ello, Rosas pidió apoyo a sus compañeros vía radio. El respaldo llegó demasiado tarde.
Las balas acabaron con sus 30 años de vida, de los cuales 3 pasó en las filas de la corporación federal.
Tres sujetos fueron arrestados en San José, California, como presuntos responsables de su muerte. Lo mismo ocurrió con otros cuatro sospechosos del lado mexicano.
Esta no es la única historia mortal de un agente policíaco en territorio californiano.
Igual pasó con un agente de 51 años de edad del Departamento de Policía de Los Angeles, quien sucumbió ante los disparos de un arma calibre .380. Un joven de 20 años fue quien perpetró los balazos. Por la gravedad de la situación, los oficiales tuvieron que terminar con la vida del sujeto.
La mañana del 6 de septiembre, un agente del Departamento de Policía de Martínez cayó fulminado por una bala del mismo calibre que le perforó la nuca. El oficial, de 47 años, respondía en ese momento a un llamado de privación ilegal de la libertad por parte del ex esposo de una propietaria de un salón de belleza.
El 15 de junio, poco después de las 9:30 de la noche, un oficial del Alguacil del Condado de Yolo, resultó herido de muerte en la ciudad de Dunningam, mientras investigaba una infracción de tránsito.
El chofer de la unidad, quien iba en estado de ebriedad, fue reportado divagando en las calles citadinas con un bebé a bordo. Luego de detenerse e intentar huir a pie, el sospechoso le disparó al oficial con un rifle semiautomático calibre .223.
En los tres casos, los agentes llevaban equipo contra balas. Poco importó. El plomo venció a las herramientas.
De acuerdo a la División de Servicios Informativos en Justicia Criminal del FBI, en 2008 fueron asesinados a mansalva un total de 41 agentes policíacos de todos los niveles de gobierno en 19 estados de la Unión Americana.
La cifra muestra un descenso real de 17 casos si se compara con las estadísticas de 2007.
La edad promedio de los oficiales criminalmente muertos rondaba los 39 años. Tenían 10 años de servicio en sus respectivas corporaciones. Sólo 4 fueron mujeres. Del total, 30 eran de raza blanca.
El FBI reportó que 9 de los policías asesinados estaban por arrestar a sospechosos. Otros 8 se encontraban haciendo detenciones de tránsito, 7 investigando circunstancias sospechosas, 7 en situaciones tácticas y apenas 6 fueron emboscados.
En 35 de los casos, los agentes cayeron por armas de fuego, 4 con vehículos y 2 en bombazo.
Tras estos incidentes lamentables fueron arrestados 42 sospechosos, de los que 36 tenían antecedentes penales y 11 estaban bajo supervisión judicial.
Del total de casos, 20 se registraron en el sur, 9 en el oeste, 9 en el medio oeste y 3 en el noreste.
La mitad de los oficiales caídos fueron asesinados entre jueves y sábado.
Dos de cada cinco homicidios policíacos se registraron entre las 4 de la tarde y la medianoche.
Desde 1999, fecha en que el FBI lleva el registro, 530 agentes de las distintas corporaciones policíacas han perdido la vida en un crimen cometido en su contra.
El Estado de Texas encabeza la lista con 52. Le siguen California con 46, Louisiana con 25, Georgia con 25, Florida con 22, Puerto Rico, Virginia y Carolina del Norte 20 cada una de las tres y Arizona con 16.
Estas cifras se pueden observar desde la comodidad de la casa del ciudadano, ya que cada año son colocadas en la página de internet del FBI.
Para tratar de hacer un comparativo, me dispuse a buscar las mismas cifras del lado mexicano.
Los buscadores solamente me enviaban a las páginas de internet de los periódicos.
En total, Google encontró 1 millón 666 mil direcciones.
Los diarios y revistas mexicanas dan cuenta a diario de los agentes asesinados; algunos muertos en grupo, otros hallados tan solitaria como salvajemente se puede saber. Lo que sí es seguro es que estos asesinatos ocurren a diario y se pueden contar ya varios centenares.
El problema es que no existe un conteo sobre cómo, cuándo, con qué, dónde y quién comete estos delitos.
Un conteo del Semanario Zeta de hace varias semanas indicaba que en lo que va del gobierno de José Osuna, casi se llega a cien agentes policíacos ejecutados. Lo mismo ocurre en Ciudad Juárez y otras regiones del país.
Descuartizados, amordazados, emboscados, con tiros de gracia. Algunos, altos funcionarios; otros, los más, simples policías preventivos. Creo que el lector ya conoce muy bien las historias narradas por los medios de comunicación.
Intenté encontrar las cifras oficiales en las páginas de la Procuraduría General de la República y la Secretaría de Seguridad Pública Federal. Igual hice en el Instituto Federal de Acceso a la Información.
Nada. El resultado fue nulo.
De las pocas cosas que se pueden rescatar es un reporte de transparencia, emitido en 2007, en el que la SSPF reveló la muerte de 121 policías muertos.
De estas muertes, 78 ocurrieron en 2006 y 43 en 2007. Los estados más violentos para las corporaciones fueron, oficialmente, Baja California y Nuevo León. En realidad creo que han sido muchos más caídos en la llamada “Guerra contra el Narco”.
Sin embargo, el año pasado la misma dependencia se negó a proporcionar datos sobre los asesinatos de agentes policíacos.
Incluso, en el Tercer Informe de Gobierno de Felipe Calderón se destacan los resultados en lo que se refiere a la profesionalización y modernización de los cuerpos policíacos, así como la dotación de mejores herramientas para desarrollar una función científica y moderna.
Pero respecto a las ejecuciones de agentes, otra vez, nada.
En torno a este silencio y ocultamiento informativo gubernamental, creo tener una hipótesis: son tantos y tan crueles los casos de homicidios policíacos mexicanos, que al Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas le daría vergüenza tener un registro puntual y exacto de los incidentes como lo hace el FBI en Estados Unidos.
Pero, como bien reza el refrán: “el sol no se puede tapar con el dedo”.

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