Por Arturo Bojórquez*
En 1995, el entonces candidato a la Alcaldía de Mexicali por el
Partido Revolucionario Institucional, Manuel Ramos Rubio, utilizó dicha frase
como grito de campaña.
A final de cuentas, en las urnas fue derrotado por el panista,
Eugenio Elorduy, quien eventualmente se convirtió en Gobernador de Baja
California.
En esta ocasión, uso la frase para definir en pocas palabras lo que
habría sido un proceso terso y más democrático para los priistas a la hora de
elegir a sus diferentes candidatos, si las reglas fuesen distintas.
En un principio, el Comité Nacional aseguró que el proceso de
selección interna de su candidato a la gubernatura se iba a definir a través de
una convención de delegados, quienes elegirían de entre siete aspirantes al
cargo.
Ilusos y engañados, los siete firmaron un pacto en el que se
comprometieron a respetar la voluntad de su militancia.
A final de cuentas, el proceso quedó en vulgar dedazo de Enrique Peña
Nieto, que terminó apuntando hacia el diputado federal, hoy con licencia,
Fernando Jorge Castro Trenti.
Esto dejó solamente caras largas de los otros seis aspirantes y una
diabólica sonrisa en el rostro del legislador federal, quien ahora deberá
llevar a cabo la llamada “Operación Cicatriz”, que dudo mucho vaya a rendir
frutos.
Y es que si el índice presidencial apuntó hacia uno de los
candidatos, igual pasará con el dedo medio de los contendientes derrotados
hacia el “triunfador” de la contienda. Claro es que, de dientes para afuera,
los perdedores van a decir a diestra y siniestra que apoyarán al candidato en
aras de la unidad y la victoria de su partido, que sería la primera en 24 años
a nivel estatal.
Este mismo problema lo están registrando los del bando contrario.
Originalmente, todo apuntaba a que el aspirante de Acción Nacional a la
gubernatura sería el ex Alcalde de Tijuana, Héctor Osuna Jaime (impulsado por
el actual mandatario bajacaliforniano), como indicaba una encuesta realizada y
mal difundida.
Aunque todo apunta a que por fin los líderes panistas van a dejar
que Francisco Vega sea candidato a la gubernatura, el engrudo blanquiazul
volvió a hacerse bolas, tras la emisión de la convocatoria para elegir alcaldes
y diputados locales. Y es que algunos puestos quedaron listos para que el dedo
de la dirigencia panista imponga a los candidatos en varios distritos, lo que
hiede a imposición en el instituto politico, cosa que odian sus militantes.
Bien fácil habría sido para los dos bloques haber llevado a cabo un
proceso como los que se hacen en California.
Realizar elecciones primarias, organizadas por el Instituto
Estatal Electoral y de Participación Ciudadana para definir a los candidatos, y
dejar que sea entre los votantes registrados en dicho instituto político
quienes decidan por una u otra opción.
En este caso, también habría campañas internas, registro abierto
a quienes aspiren, cumpliendo los requisitos legales y constitucionales y
dejando la decisión final a sus militantes.
Así, se dejarían de fracturas internas por parte de los de
dolidos derrotados y muy seguramente, saldrían mucho más unidos del proceso,
listos para enfrentar a sus rivales.
Pero tal parece que la dirigencia del PRI, y ahora la del PAN,
prefiere mantener bajo su control la designación de los candidatos, a pesar del
altísimo costo que le puede representar seguir con sus prácticas del pasado.
*Actualmente es editor del Semanario Adelante Valle, que circula
cada viernes en el Condado de Imperial desde septiembre del 2001. A lo largo de
dos décadas de carrera, ha colaborado en diversos medios escritos, radiales y
televisivos de la región Mexicali-Valle Imperial.
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