Por Arturo Bojórquez*
Desde que el lunes 11 de febrero, el Papa Benedicto XVI
sorprendiera al mundo con su decisión de abdicar como Obispo de Roma, muchas
cosas se han escrito, algunas basadas en el evento mismo y otras más propias de
la especulación.
Hasta este día, no me he topado con artículos que me hayan
satisfecho como lector. Quizá porque mucho de lo que se ha comentado son
solamente repeticiones de otros textos, que el tema al parecer se agotó.
Para su servidor, hay varios asuntos pendientes y que son, quizá,
parte de la forma, pero que también llevan mucho de fondo.
Para empezar, el anuncio de la dimisión viene justo antes del
Miércoles de Ceniza. El mensaje oculto de la fecha significa que el papado de
Joseph Ratzinger fue polvo y en polvo se convirtió.
Esto es, que solamente fue un instante (de casi ocho años), un
paso efímero del Cardenal alemán por el trono heredado del Apóstol San Pedro,
si compara con el período de otros Príncipes de la Iglesia.
Así mismo, entre la fecha de la renuncia y la posible elección
del nuevo Pontífice está la Cuaresma, ese período de 40 días en los que
Jesucristo, fundador de la Iglesia Católica, divagó por el desierto, comiendo
frutos y semillas, haciendo oración y preparándose para su muerte y posterior
resurrección.
Este es precisamente el mensaje que el Santo Padre le está enviando
no solamente al sacerdocio, sino a la misma Iglesia en su totalidad: hay que
orar, sacrificarse, prepararse, morir para vivir.
En cierta forma, Ratzinger desea quedar como el cordero que se
entrega a los feligreses para darle muerte, dando paso a la subsistencia de la
institución como tal.
Coincide pues la fecha en que se conocerá la identidad del nuevo Papa para cuando se
festeje la Pascua, la Resurrección, la vuelta a la vida desde la muerte para pasar
a la eternidad.
Por otra parte, diversos articulistas han analizado el posible
origen del nuevo Pontífice.
Que si será africano, latinoamericano o asiático, dándole así un
vuelco a la tradición europeista de la designación.
Yo dudo mucho que el nuevo Obispo de Roma vaya a ser de otro que
no sea el viejo continente. Así ha sido la tendencia por muchos siglos y no
creo que vaya a cambiar, a pesar de los rumores.
Creo que lo más importante, no solamente para la Santa Iglesia
Católica Apostólica Romana, sino para todos, no es su génesis en sí, sino que sea
un Papa HUMANO.
Con esto quiero decir que, más allá de representar la ideología,
llevándola a la praxis, el nuevo Papa está obligado a estar más apegado a las
necesidades de sus feligreses en el orbe.
Debe ser sensible a los problemas de su Iglesia –algunos causados
por ella misma-, pero principalmente debe serlo ante las cada vez más sentidas
divisiones entre los deseos de la población y las normas eclesiásticas.
La única opción es acercarse sinceramente a quienes han sido
golpeados, afectados, vejados por las prácticas de sus malévolos
representantes, como en los casos de pederastia que fueron ocultados por la
jerarquía, aunque no son los únicos por atender.
Y precisamente en este último asunto, podrá criticarse o destacar
lo que quieran de Benedicto XVI, pero para renunciar a un cargo de tal
envergadura, hacen falta muchas agallas que a políticos de todo el orbe les
faltan.
*Actualmente es editor del Semanario Adelante Valle, que circula
cada viernes en el Condado de Imperial desde septiembre del 2001. A lo largo de
dos décadas de carrera, ha colaborado en diversos medios escritos, radiales y
televisivos de la región Mexicali-Valle Imperial.
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